Comentario
Capítulo C
Que trata de cómo el gobernador don Pedro de Valdivia salió de la ciudad de la Concepción y fue a juntarse con el general Gerónimo de Alderete
Habiendo acabado el fuerte y casa, que ya era tiempo de ir a poblar otra ciudad, dejó por teniente al capitán Diego Oro. Salió con treinta hombres. Luego el general Gerónimo de Alderete envió seis de a caballo a Biobio y él quedaba en Andalicán, que es un pueblo que está cinco leguas de la ciudad de la Concepción. Y llegado el gobernador [a] aquel pueblo donde estaba el general Gerónimo de Alderete, de aquí salió a cinco de febrero de mil y quinientos y cincuenta y un años, y fue por la costa de la mar por la provincia de Arauco por ver disposición de la tierra, y llegó cuarenta leguas de Concepción, donde salieron la mayor parte de los caciques de paz, donde llegó riberas del río que se dice Cautén, donde estuvo algunos días.
De aquí hacía mensajeros y enviaba a llamar a los caciques de la comarca y riberas del río. Y como ellos tenían entre nos y ellos aquel río por delante y veían que éramos pocos, hacíaseles grave la venida y no querían venir. Antes, tenían por exercicio o ardid de guerra darnos muy grandes voces y grita cada el día y cada noche, ansí indios como indias, chicos y grandes. Y como era mucha gente y el compás del valle no era grande, y como la mar estaba cerca y batía, y la costa brava, era tanto el ruido que no nos oíamos, ni aún nos entendíamos y casi atónitos.
Y como no hallábamos vado para pasar el río por causa de ser hondable, andando Diego de Higueras, que era caudillo de cierta gente, y llegado a la orilla del río e viendo que ningún soldado osaba pasar, se puso en la delantera, diciendo a los soldados muy airado y echando un "¡pese a tal!", que le siguiesen. Dio al caballo y como el río era hondable, el caballo le despidió de sí y salió de la otra parte. Y él nunca pareció muerto ni vivo, aunque estuvimos tres días buscándole por ver si el agua le echa fuera. Cierto fue gran soberbia y ofensa a Dios.
Viendo el gobernador que aquel sitio no era para estar un día, acordó subir más arriba el campo a la orilla del mismo río, donde de la otra parte estaban recogidos todos los indios. Estos, con flechas y piedras de hondas nos estorbaban e impedían el pasaje del río, que no íbamos a ellos y no nos dejaban reposar por ser diestros de las hondas que los usan. Viendo el gobernador este negocio de esta suerte, acordó pasar a ellos, que no nos dejaban reposar.
Salió el gobernador a ellos con cuarenta de a caballo y se echó a nado en el río. Y fue Dios servido que pasamos a la otra banda sin riesgo, puesto que era muy hondo y tan ancho como un tiro de ballesta. Y pasados y salidos a lo llano a do los indios estaban, dimos en ellos, y como nos vieron pasar y pasados, acordaron pasarse ellos de una banda del otro río. No fueron tan presto ni dieron tan buena mana que la nuestra no fue más presta y más breve, porque fueron alcanzados en el compás de tierra que hay entre el un río y el otro. Y perdieron algunos la vida, porque no supieron ni pudieron defenderse.
Hecho esto y viendo el gobernador que los indios tenían allí aquellos dos ríos y muchas canoas, y que tenían en tener esto por guarida y que no se podían aprovechar de ellos, acordó irse el río arriba con todo su campo y fue hasta un sitio, y como vio tan buen lugar y que era apacible y riberas del río Cautén, asentó su real.